Acabamos de regresar de un viaje tranquilo, pero intenso, de uno de esos viajes que te dejan huella y te demuestran que el viajar enriquece y que, aunque las lecturas y los reportajes te muestren el mundo, no hay nada como vivir los pueblos y las ciudades pisando sus calles, midiendo sus distancias y sus cuestas por el cansancio de tus pies, perdiéndote en las salas de sus museos, saboreando su forma de cocinar y sobre todo hablando con su gente.
En este sentido, y en muchos más, Tarragona ha sido todo un descubrimiento. De Madrid a Tarragona en el AVE un relax de dos horas y media; el único inconveniente es que la estación la han situado a más de 6 Km. de la ciudad y hay que tomar un autobús para llegar a ella; que yo sepa, esto es algo que sólo sucede en Guadalajara, y es pena que después de un avance técnico tan importante como son los trenes de alta velocidad, la ubicación de las estaciones se haga en lugares prácticamente aislados de la ciudad.
Pero una vez situados en ella, en la amplia estación de autobuses de la Plaza Imperial Tarraco, enfilamos la majestuosa Rambla Nova y la recorremos rumbo al mar, admirando cuanto vamos descubriendo en ella.
Llama especialmente la atención el monumento a los Castells, esas increíbles torres humanas que son un símbolo del esfuerzo común, de la solidaridad y que, como la sardana, identifican al pueblo catalán.
Coronan la increíble torre el aixecador, un muchacho agachado sobre el cual se encarama el pequeño enxaneta, cuya misión es agitar sus brazos en señal de alegría por la obra terminada
Allí se yergue el castell en el centro de la Rambla conviviendo con todos sus vecinos,amistosamente, desde el año 2000, cuando su emplazamiento fue consensuado por todos. El autor es Francesc Anglés (Tarrasa 1938) y se compone de 222 figuras en bronce.
No falta, como es de rigor, el grupo de grallers que, a partir del tercer piso, iniciarán su ritmo, marcando cada paso en el crecimiento de la torre y que no dejaran de tocar hasta que el castell no se haya desmontado totalmente.
Los orígenes remotos de estas torres enlazan probablemente con ritos para propiciar la fecundidad de la tierra y el crecimiento de las plantas, pero sus
testimonios escritos nos remiten al año 1791 en el pueblo de Valls, con motivo de la fiesta de la Candelaria, en honor de la Virgen. De aquí que también se conozcan como los Xiquets de Valls